February 08, 2024

Dignidad, fe y esperanza

article preview

🎧 Escucha el Mensaje en la voz de La Jardinera

Mis queridas semillas,

En un país cerca del Himalaya había un reino, el rey tenía varios hijos, el mayor era un varón, era el heredero, tanto amaba a su hijo que quiso protegerlo, y no quiso que viera lo que pasaba alrededor, no quería que conociera ni la muerte, ni el dolor, ni el sufrimiento.

No quería que viera la tristeza, la gente cuando lloraba, ni la pobreza, ni las cosas feas, el hijo.

Venían los maestros, profesores, preceptos. Recordar que, en la época, los sabios viajaban de castillo a castillo de continente a continente para transmitir la sabiduría, solamente ellos tenían el conocimiento y podían transmitirlo a los reyes y a la gente poderosa, pero no a la gente del pueblo, el pueblo tenía que ser ignorante siempre.

Este rey protegía tanto a su hijo, que llegó el momento donde tuvo que casarlo.

Él no quería casarse, quería ver el mundo, quería conocer gente, quería saber cómo vivía la gente, porque no conocía nada. Y un día escuchó un canto muy triste, y gente llorar amargamente, y él preguntó: “¿Qué eran aquellos cantos?”

Y le dijeron, “Majestad, es una mujer que ha perdido a su padre.” “¿Cómo es posible que esté triste? Yo nunca he visto a un muerto.” Y le preguntó a su padre y le dijo, “¿Vas a ser el rey? Tú no tienes que mezclarte con la gente pobre y la gente del pueblo.”

Y así pasaron los años, pero este príncipe no era feliz, le faltaba algo, no estaba contento, buscaba más, quería saber más, estaba instruido, luchaba, estaba preparado para las guerras, para todo, pero no era feliz.

Y una noche, (amaba mucho a su esposa, era hermosa, tuvo hijos, pequeños) pero una noche cogió y se cortó el pelo.

Tenéis que saber que en muchos países el pelo corresponde a las antenas que el ser humano tiene para conectarse con Dios, más largo tiene el pelo y más se conecta con Dios.

El pelo no se lo tienen que cortar, lo tienen que dejar largo, igual que los Samuráis, la China, Corea, Japón, la India, muchos países. El pelo largo son antenas con el Universo.

Y él cogió y se cortó su melena y la dejó, y se escapó por la noche, engañó a los vigilantes y se fue.

Y empezó a descubrir que había un mundo que no conocía de pobreza, de miseria, de suciedad, de vacas que andaban por las calles, que estaban sucias, la gente que moría de miseria, los pobres, la peste.

Y dijo: “no puede ser que esto existe, que yo no le he vivido. Hay algo. Tengo que buscar. No me puedo parar así.”

Y continuó a buscar, y se fue kilómetros y kilómetros andando en la selva, buscando una respuesta.

Él quería saber ¿qué pasaba?, ¿que había? ¿Por qué vivíamos? ¿Por qué él era rico, hijo de rey? ¿Por qué los otros eran pobres? ¿Por qué los otros sufrían? Él tenía todo. No era justo el mundo, no era justo lo que le habían enseñado.

Y andando en la selva encontró a unos monjes muy sabios y esos monjes le dijeron: “¿quiénes son ustedes?”

Y le dijeron: “Somos eruditos, monjes que estamos en la espiritualidad y buscamos el despertar.”

“¿Me aceptáis, vivir con vosotros?”

“Sí”, le dijeron, “pero tienes que vivir con nosotros y hacer igual que nosotros.” Él los siguió y vivió en la selva, en el suelo, comía frutos, raíces, meditaba, pero le faltaba algo, porque preguntaba:

  • “¿por qué morimos? ¿Hay vida después de la muerte?”

  • “No lo sabemos, hay que esperar, el momento de morir lo sabremos.”

  • “¿Por qué nacemos?”

  • “No lo sabemos”

  • “¿Por qué vivís así?”

  • “Para practicar la humildad y esperar tener la iluminación.”

  • “¿De qué vivís?”

  • “De lo que nos dan, de lo que recogemos”

Estuvo un tiempo con ellos, pero no le satisfacía, y no le aportaba lo que su alma buscaba. Y dijo: “muchas gracias, pero tengo que ir a buscar la verdad.”

Ellos respetaron y se fue.

Continuó la selva y encontró otros monjes.

“¿Quién sois vosotros?”

“Somos los santones, los santos, hombres santos.”

“¿Qué hacéis?”

“Estamos en el camino de la verdad.”

“¿Puedo estar con vosotros?”

“Sí, tienes que vivir como nosotros vivimos”

Muy bien.

Entonces tienes que dejar toda tu ropa y vivir desnudo, nosotros vivimos desnudos, solo tenemos nuestro pelo largo que llega hasta los pies. Y él se dejó el pelo largo, hasta los pies.

No se lavaba, solo se cubría el cuerpo de cenizas cuando encendían el fuego, para que los mosquitos, las moscas, no le picaran el cuerpo. Y así iban de pueblo en pueblo, rezando, les daban de comer, desnudos, íntegramente desnudos, y así iban pueblos, aldeas, selva, camino, meditando, rezando, la gente les pedía que rezaran por ellos y a cambio les daban de comer, y fumar, fumaban hierbas particulares, que les calmaban el hambre y que podían tener visiones.

Buda, Siddhartha, se llamaba el príncipe Siddhartha, vivió con ellos, pero después de un tiempo dijo, no, no encuentro lo que estoy buscando, hay algo que no está correcto, no puedo continuar así.

Y un día se acercó al río y le dijeron sus monjes, no te puedes lavar, solo cubrir de cenizas, y estando en el agua, cerca del agua, vio que pasó una barca, encima de la barca, había dos chicos jóvenes y uno estaba tocando el sitar, el sitar es igual que la guitarra, pero se toca sentado. Y tocaba sus cuerdas, estaba tocando las cuerdas, pero las cuerdas hacían un ruido muy raro, estaban flojas y hacían:“toon, tiuun, toon”y dijo: “no tiene tonalidad, no sabe arreglar las cuerdas.”

Entonces el otro amigo le dijo: “tensa las cuerdas, tienen que estar más tirantes para que salga el sonido.”

Las ajustó y entonces empezó a salir un sonido como un violín, como si fuera esa música tan hermosa de los ángeles. Y Siddhartha comprendió que la vida es como esa guitarra, como ese violín, las cuerdas no hay que tenerlas tensas.

Ah sí, olvidé el detalle.

Tanto, tanto las puso estiradas las cuerdas, que al empezar salía una música bonita, pero tan bonita, y estaba tan tensa la cuerda que se rompió.

Y ahí Buda comprendió y dijo, “la vida es como esas cuerdas, si están sueltas no hay sonido, y si tiras demasiado fuerte, se rompen y tampoco sonarán, tengo que buscar el justo medio.”

Les dijo a sus amigos, los monjes y eruditos, “os tengo que dejar, muchas gracias y me voy.”

Le dijeron: “piensa bien, este es el camino de la verdad.”

“Os respeto, pero tengo que buscar mi verdad.”

Andando solo, Una vez más, encontró a cinco monjes, estaban sueltos, cada uno buscando también.

Lo miraron, pero él ya no les preguntó nada.

Con todo mi corazón,

Vuestra Jardinera

Escribe tus comentarios