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Mis queridas semillas
El iniciado Buda encontró a cinco monjes, estaban sueltos, cada uno buscando también.
Y entonces llegó a Bodh Gaya, un pueblecito, lejos de Nepal de su castillo, encontró una higuera muy antigua y se sentó al lado de la higuera.
Apoyó su espalda, se sentó en forma de Lotus y empezó a meditar. Meditaba, meditaba y allí se quedó un día, dos días, tres días, noche y día sentado en la misma forma sin moverse, sin comer, sin beber, sin ir a la toilette, sin nada.
Los pastores que pasaban decían: “Hay algo raro, este hombre ¿estará muerto? No nos atrevemos a acercarnos porque si está muerto pueden decir que somos nosotros.”
Otros decían: “¿estará durmiendo? pero hace tres días que no se ha movido.”
Al cuarto día fueron a acercarse y vieron que respiraba pero que no se movía, estaba inmóvil, le hablaban y no contestaba, sólo tenía una sonrisa, pasaron un día, dos días, tres días, cuatro días, cinco días, seis días, siete días.
Al séptimo día, dijeron “no es normal”, entonces decidieron la gente del pueblo que cada día le llevarían un bol de arroz, un bol de agua y un bol de té. Y cada día le cambiaban el bol de arroz, el bol de agua, el bol de té.
Se lo ponían delante de él y él no lo tocaba. Estaban muy preocupados, muy preocupados, pero él continuaba meditando, sin moverse, sin hablar, sin mirar, sin abrir los ojos. Y de pronto vieron que llegó un topolino de la montaña y se puso delante de él.
Después llegó un bambi y se puso sentado delante de él, después llegó uncinghialino(jabalí) y se puso sentado delante de él, más tarde llegó un buey y se acostó cerca de él, llegó un gallo, llegó un simio porque allí había muchos simios, también estaba sentado a su lado, llegó una cabra e iban llegando los animales.
Y la gente del pueblo decían: “es muy raro, ¿por qué vienen los animales y se postran delante de él?”
Y de pronto llegó una cobra, una cobra real, esa serpiente tan grande que abre su cabeza grande y se puso detrás de él y cubrió su cabeza para que el sol no lo quemara y la lluvia no lo mojara.
Todos se quedaron mirando y esperando a ver qué iba a pasar, y al séptimo día, os recuerdo que el número 7 es el nombre de Dios, es el número que corresponde a Dios, sea cual sea del país, de la nación o de los hombres, es el número 7.
Y ese día abrió los ojos, miró a toda la gente y se quedó sorprendido. “¿Por qué estáis aquí?“
“Teníamos miedo, porque no sabíamos si estabas enfermo, si estabas muerto o que te pasaba”
Y entonces les dijo: No, he meditado y voy a explicaros, he podido llegar a la iluminación.
Maestro, ¿qué es la iluminación?
La iluminación es la vida después de la muerte.
He podido ver el significado de la vida, os diré que es Dios, pero cuando estéis más avanzados os diré lo que es, ahora no puedo decíroslo. Y he comprendido que la vida no muere nunca y que la muerte no existe.
Sé que dejamos este cuerpo, que es pasajero, que es temporal, pero que el alma es eterna. He descubierto también y he visto a los seres queridos, he visto a los Iniciados, he visto a los Seres de Luz.
Y hay que cumplir la Misión, la Misión es transmitir lo que he visto, aquellos que quieren saber lo escucharán y seguirán, los que no quieran venir hay que dejarlos, libre albedrío, pero todo lo que he aprendido lo tengo que transmitir.
Pero antes tenemos que transmitir al hombre la verdad, el espíritu conocerá, si quiere seguir o no, y el alma se liberará y será libre, a poder cortar las ataduras, no construyáis casas, vivir libres, no os atéis a lo material.
¡Seáis libres para poder estar con Dios! No hagáis templos, no hagáis ídolos. ¡Seáis libres! Amar al prójimo, ayudar a los otros.
La gente del pueblo estaba muy sorprendida porque decían: “Maestro no conocemos lo que dices, no comprendemos tus palabras, pero queremos seguirte.”
“Simplemente que el cuerpo hay que dejarlo en la tierra porque pertenece a la tierra, pero vosotros tenéis que quemarlo porque así el alma no tendrá ni deseos ni envidias, ni tampoco llorará por los herederos, ni le afectará nada. Tiene que desaparecer el cuerpo porque no es nuestro.
Nuestros cuerpos vienen del simio de los animales de la tierra, pero nuestra Alma tiene que estar limpia, pura y está siempre viva. Por eso volvemos a renacer para hacer cosas grandes, para ir a otros planetas, para estar con los Iniciados, para estar con esos Seres de Luz y estar siempre en la pureza.”
Pero tenemos que ser consecuentes, consecuentes de nuestras obras y nuestros actos. Respetemos a los animales, no matemos a los humanos, no robemos lo que no nos aparten, no envidiemos a los otros, seamos complacientes con lo que tenemos, demos gracias con lo que poseemos y no tenemos que poseer nada sino dar gracias de lo que tenemos, de lo que nos dan.
Si alguien nos hace una traición tenemos que pensar que hemos hecho en otra vida, nos la merecemos, sí, porque en otra vida quizás la hemos hecho a esas personas, tenemos que hacer el bien y aceptar si nos insultan, si nos pegan si nos pinchan.
¿Qué hicimos en otra vida? En esta vida tiene que ser lo mejor posible, y si es ejemplar no volveremos más y podremos continuar con los Iniciados. ¡Quitaros las envidias! ¡Quitaros el orgullo! ¡Quitaros la prepotencia! ¡Quitaros el ego!
No nos sirve para nada, solo para destruirnos entre nosotros.
La gente del pueblo le dijeron: “gracias, ahora comprendemos que podemos vivir en paz y tranquilos, que volveremos a nacer y que tenemos que cuidar mucho nuestra alma.”
De allí salieron aquellos cinco monjes que estaban andando, errando y dijeron: “vamos a seguirte y queremos que nos enseñes más.”
A partir de ese momento Buda, Siddhartha era joven y fue de pueblo en pueblo.
Iba las plazas a los sitios y hablaba, lo escuchaban, daba consejos, era un chico, un joven muy instruido. Estaba muy bien educado, instruido con muchos conocimientos y los reyes le pedían consejo.
Lo mandaban a llamar y le decían,
“Queremos que nos aconsejes, que nos digas qué tenemos que hacer, qué conflicto tenemos que arreglar, hay un país que nos quiere la guerra, ¿cómo hacemos?”
Siddhartha les aconsejaba, les daba lecciones, les explicaba la historia de esos países y le decía cómo tenían que hacer para ganar, pero para respetar.
Y todos los reyes y la gente que tenía mucho poder lo llamaban, él daba los consejos, y después se iba. No recibía dinero, nunca, los cinco monjes que tenía con él le dijeron:
“Siddhartha, maestro, tenemos que hacer una casa, tenemos que hacer algo, porque la gente viene mucho y nos quiere seguir.”
Y dijo, “Estoy de acuerdo a hacerlo, a una condición, podéis construir un monasterio, pequeño, pero sólo será para hombres, prohibido la mujer”. Y le dijeron, “Estamos de acuerdo”. Así que hicieron, construyeron un monasterio muy pequeñito, sólo para hombres, y los hombres iban a los pueblos con un bol y pedían la comida, el bol de arroz o lo que le daban, y con eso se mantenían.
Otros les daban unos céntimos, otros les daban el dinero, lo que podían o lo que tenían.
Y así fue construyendo pagodas, monasterios, casa para los pobres, casa para los enfermos, lugares donde podían estar los que abandonaban o los huérfanos. Lo primero que hizo fue raparse la cabeza, y dijo, “El pelo es un lujo, hay que raparse la cabeza, ya que nacemos sin nada, nada tenemos que tener”.
“Lo segundo tenemos que vestirnos con una túnica, siete metros de tela o cinco metros de tela, serán granate y amarilla, serán nuestros colores. Primero granate y después llevaban algo de amarillo. Y viviremos pies descalzos, no tendremos lujo, comeremos ligeros, andaremos mucho y ayudaremos.” Y así fue andando en toda la India, a donde lo llamaban.
Pero un día se presentaron unas mujeres y le dijeron: “Maestro queremos ser monjas y queremos hacer el mismo trabajo que hacen nuestros hermanos los monjes” y le dijo: “no, no aceptaré nunca un monasterio mixto jamás.”
“¿Por qué Maestro? ¿No tenemos el mismo derecho? ¿No somos seres humanos? ¿No nos ha creado Dios?”
“Sí, sois criaturas de Dios, tenéis el mismo derecho y mucho más mérito, pero sois mujeres, ellos son hombres y cuando hay un hombre y una mujer empieza la guerra, no quiero.”
Entonces las mujeres persistieron y dijeron, “Maestro, si lo permites vamos a hacer un monasterio lejos de los hombres, nos vestiremos de rosa y nos raparemos la cabeza y haremos lo mismo, pediremos limosna, nos cuidaremos de los niños, de las viudas y de las mujeres que están enfermas.”
Y dijo: “con esas intenciones estoy de acuerdo, pero que esté lejos de nosotros.”
Y así fue como las monjas existen, monjas budistas, las jóvenes se visten de rosa, las más mayores de marrón o granate, pero viven aisladas, no viven nunca con los hombres, están separadas, porque cuando hay un hombre y una mujer siempre hay la guerra, la guerra del sexo evidentemente y ahí no hay.
Es una elección, dejar la familia, no romper con la familia, sino alejarse de la familia y vivir solo para Dios. No atarse a nada, pero sí dar todo a los otros, pensamiento, palabra y obra, la sabiduría, el conocimiento y la ayuda. Eso es lo que le dijo Buda.
Como era tan erudito, había leído el Bhagavad Gita, había leído todos los libros santos, había leído los libros de historia, de astronomía, de astrología, todos los libros. Fue hablando, fue instruyendo, fue explicando y ya se convirtió toda la India en budista, una parte de la China, muy pequeña cantidad en Japón y en el Nepal todos fueron budistas.
Ya no volvió más al Nepal, hasta que llegó a los 84 años, venerado, pero siempre vivió con lo que tenía, su túnica, una colchoneta en el suelo y el alimento que hacían y siempre transmitiendo lo que conocía y hablando de la reencarnación.
El que menos posee más tiene el que menos tiene ataduras aquí en este mundo y en esta tierra más libre será y más cerca de Dios llegará. Si tenéis problemas y no los solucionáis, por muy alto que subáis a la montaña del Everest, llevaréis vuestros problemas.
Si no os liberáis vuestra conciencia, no descansaréis, no seréis libres, no tenéis que confesaros, no tenéis que hacer promesas. Solo estar bien con vosotros mismos, en paz, todos los monjes tienen que hacer un retiro en una pagoda.
Después salen, se pueden casar y pueden entrar de nuevo, ir a sus casas, tener su mujer, sus hijos, pero su vida tiene que ser en el monasterio. No está prohibido, cada quien es libre de elegir, es la conciencia.
Lo único que guía es la conciencia, cada quien hace lo que quiere, pero es su conciencia. Si no está con la pureza y con el camino recto, no puede estar en la sinagoga. No puede hablar de Dios, o elige a Dios o elige la vida social.
Por eso está el planeta para que cada quien elija lo que quiere hacer, y todo es digno. Y de todo nos tenemos que sentir orgullosos y ser felices porque cada uno aporta ese granito de arena a la vida.
Tenemos que dejar el cuerpo para renacer y empezar de nuevo, con otra Misión, con otro deber.
Ya nunca más vio a sus padres ni a sus hijos ni a su esposa, abandonó todo el pasado para poder realizar lo que hoy en día nos ha enseñado.
La reencarnación, la Iluminación, el vio a Dios y vio lo que se pasa después de la muerte, que no existe, que es la vida. Él vio otros mundos, el vio lo que quiere decir dejar el cuerpo físico para iluminar el Alma. Esa es la vida de Siddhartha.
Con todo mi amor,
La Jardinera