🎧 Escucha el Mensaje en la voz de La Jardinera
Mis queridas semillas,
En un bosque maravilloso que me estaba paseando, era de una belleza increíble, sus hojas brillaban, se movían a la brisa del aire y todo el suelo estaba sembrado de hojas.
Era como esos bosques encantados que parece que cuando los miras, ves algo que no existe. Pueden ser hadas, pueden ser seres, entidades o simplemente un ciervo que pasa, u otro que está parado y te está mirando, alguna oveja que se ha perdido, un zorrillo que se ha despertado, las abejas, los pájaros, que están en su plenitud y que quieren subir a los árboles, porque ahí tienen sus nidos.
En todos los árboles había uno especial, como suele ser, igual que los humanos, que los minerales, que los vegetales y los seres humanos.
Ese árbol era espléndido, grande, debía de medir unos 10 o 20 metros, o quizás más, era una haya. Su piel era plateada, fina, gris y plateada, muy fina, suave y era tan hermosa, y recto, que miraba. y crecía hacia el universo.
Podríamos decir que desde abajo, la mirada la levantábamos y seguía, seguía, seguía hasta el cielo. Bellísimo.
Y le dije: “¡Qué hermoso eres!”
Y me contestó “Ven a verme en la primavera.”
Y así lo hice, esperé y lo fui a ver en la primavera, y en la primavera le dije: “Uy, casi no te reconozco.”
“Mira bien”, contestó el árbol y empezaban a brotar sus hojas verdes claritas, claritas.
Y digo: “qué bonito, fíjate qué pequeñas son y un verde tan clarito.”
Y dice: “espera y verás.”
Y fueron floreciendo, floreciendo hasta que se hicieron hojas, de una forma como si fuera una moneda y verde. Preciosa, preciosa, preciosa.
Aquel árbol era maravilloso, sus brazos los extendía y llegaban a cada lado del bosque, y debajo hacia una sombra fresca, suave, donde de pronto vinieron toda una manada de ciervos a cobijarse, se acostaron y tomaron el fresco.
Allí era la paz, era la tranquilidad, ellos estaban brotando porque habían cortado hierba fresca y solamente estaban observando que no hubiese ningún peligro alrededor, pero al mismo tiempo iban rumiando, rumiando y mirando y descansando, era una imagen inolvidable.
Los pájaros, como ya era primavera, ya habían puesto sus huevos en los nidos y los estaban incubando. Así que las cabecitas de los padres salían para cantar, sobre todos los Gilgeros, que cantan toda la noche para recordar a sus hijos el sonido del canto y reconocerlos.
Ya desde el huevo, sí, mis semillas, cuando los bebés están en el huevo, igual que en el vientre de la madre, oyen, sonidos. Así que aquello era una estampa preciosísima, el árbol me dijo, “esperate un poco, acomódate, que vas a ver ahora en verano.”
Y en verano las hojas ya empezaban a ponerse un poquito como verde, amarillo, ocre.
Y le dije, “uy, ha cambiado”
“En efecto, ¿Ves aquel riachuelo de allí lejos? Mis raíces van hasta allí, necesitan agua y se alimentan, pero si no yo no llegan, entonces faltará y moriré.”
Y le dije, “no, eres grande, adulto, ya tienes más de 50 años, vives y vivirás” y oí que de pronto el aire sopló más fuerte, en ese aire oí unas sonrisas.
Yo pensé que era de alegría, no era de alegría, tenía que interpretar que quería decir esa sonrisa, lo comprendí después. Pero yo encantada de mirar sus hojas, su tronco, sus brazos, esas ramas tan inmensas.
Que cuando llegaba el atardecer, todos los ciervos, los animales se iban para ir a comer y después descansar.
Y llegó el otoño, el otoño cuando fui a verlo, lo vi y estaba igual, majestuoso, pero la mitad de las hojas, porque las otras eran doradas como el oro, un amarillo como el oro, y todo el bosque estaba sembrado de oro, todo era oro, monedas de oro, monedas de oro, aquello era como el atardecer cuando el oro baña todo el planeta, dorado y preciosísimo, belleza sin igual.
Parecía un colchón, tenía ganas de tirarme, tenía ganas de levantar las hojas, de tirarlas, que el viento se las llevara, ¡y lo hice!, el viento las levantó, se volaron, pero enseguida cayeron al suelo, para de nuevo volver a hacer un manto.
Y ahí me di cuenta donde el árbol ya estaba despojado de sus hojas. Y ya empezó a hacer frío, empezó a nevar y le dije, “¡haya!, hermosa, mi árbol, mi gran amigo, mi fiel compañero, tú tan hermoso, tus brazos llenos de amor, que acaricias, que abrazas, que proteges, ¿por qué estás desnudo?
¿Y ahora quién te pondrá el abrigo? ¿Quién te cubrirá? ¿Quién te pondrá ese manto? ¡Te vas a congelar!”
Y de nuevo el viento se levantó y me habló, me contestó,
“no te alarmes y sobre todo no llores, pues la naturaleza hay que obedecer, es justa y sabia. Nos tiene que quitar lo que no es nuestro, tenemos que dar a la tierra el alimento que necesita todo el invierno, esas hojas se van a podrir y darán abono para la tierra, alimento para los gusanillos que tienen que alimentarse y a los otros animales como la cigarra, como otros gusanos, como la polilla se van a enterrar muy profundos, unos vivirán de 5 a 7 años en la tierra y después nacen los otros en la primavera.
Pero durante el invierno dejan nuestras cortezas limpias para que sobrevivan y el carcoma no mate nuestra vida. Es así y tenemos que aceptar y obedecer. Por eso tenemos que sufrir el frío y es en el momento donde nuestra sabia que es nuestra sangre o el sistema linfático, se va bajando poco a poco y va hasta el fondo de las raíces de la tierra, para que no se hiele.
Y nuestras ramas, brazos y tronco, continúa vivo, mata los bichos que lo han dañado, pero a nosotros nos da fuerza, vigor.
Y la nieve nos da ese oxígeno, y airea la tierra, y nos alimenta con el CO2.
Por eso estamos desnudos, algunos árboles, para después en la primavera volver a nacer.”
Quiero deciros un secreto, la que habla no lo sabía, pero hoy lo sabréis vosotros.
Si plantáis una planta, una flor, un arbolito pequeño al lado de mi árbol grande y lo regáis regularmente o a menudo o con mucha agua, mis raíces, que son soberanas, le absorberán el agua y terminará por matarlo.
No es que quiera matarlo, es que él recibe agua y atenciones, y yo no, porque ya soy grande, pero mis raíces necesitan esa agua.
Es como los humanos, cuando tienen un plato lleno de arroz con frijoles, aún quieren el del vecino, o quieren el del amigo porque es más bueno y quieren más.
Así somos nosotros también, por eso tener en cuenta que la raíz de un árbol puede crecer kilómetros y va a buscar el agua. Otro secreto, el árbol para sostenerse la raíz principal tiene que medir la altura del árbol exterior, mide igual de alto que de profundidad, si no se caería.
Después tiene otras que lo mantienen y le dan estabilidad, pero la primera es la cabeza, siendo el pie y vosotros tenéis que tener los pies bien afirmados en la tierra, bien anclados en la tierra, porque el mínimo terremoto, el mínimo viento o tramontana os tirará al suelo.
Nosotros nos agarramos muy fuerte, porque queremos vivir y luchamos contra la sequedad, contra el viento, contra el hambre, contra la sed, contra el sufrimiento que nos hacen los hombres.
¿Habéis pensado alguna vez cuando graban, te amo, periquito? Aquí firma Laura, que ama a Pepito. Juanito ama a... a... a Peperecha y María José ama a la Rosa de Pyrénées, y mi amada Alejandra ama a su rateta. Cuando lo firmáis en un árbol, pensar que llegáis casi a su circulación, a su salvia.
Muchos lloran, el pino llora, porque sale la resina. Esas son lágrimas y heridas, pero todos nos gusta poner nuestro autógrafo, siempre.
Marilú algunas veces firma una runa, Marghe no lo hace, porque respeta mucho los árboles.
Y eso es amar, eso se llama amor, abrazar un árbol, admirarlo, respetarlo. Si cortáis una rama, poner barro enseguida, si hay tierra seca, mojarla, sino hacer pipí y tapáis esa herida porque por ahí se va su sangre.
Eso es amar, el árbol vive, siente y tiene el tanino que es su defensa, es su defensa, el tanino mata, es su defensa. ¿Cuántos humanos de esta tierra ignoran estas simples, sencillas palabras? Quién lo sabe comprenderá.
Quién no, se recordará, respetarlos, atar un lacito, rojo y sabrán que amáis a alguien, el color favorito. Cada uno conoce el color de quien ama y hace bonito, muy bonito.
Y así me habló el viento, así habló el viento.
Y aquellos que respetan la vegetación, la naturaleza, Dios mío, ¡cuánto el Universo los respeta, los ama y les da recompensas!
Porque ellos hablan, pero nosotros humanos poco comprendemos, nos dan frutos, unos comestibles, otros que van moviendo y llenando la tierra para ocultar la basura, el plástico, la suciedad, lo que dejamos y sembramos los hombres.
Ellos lo embellecen, cada bellota, cada nuez que se cae, cada almendra, nace un almendro, nace una fruta, nace una flor. Lo he visto, Servidora lo ha visto todo eso, sabéis que soy de campo.
¿Cómo nace el tomillo?
Por muy pequeña y diminuta que sea su flor, el aire la lleva.
¿Cómo nace todo? Preguntárselo al aire que os lo dirá y os contestará, escuchar el aire, el viento, os hablará y os dirá, ellos se comunican con el aire y el viento.
De aquí al otro lado del mundo, del otro lado del mundo, América de América, al otro lado de Australia, todo se comunica y se habla y se lo dicen entre ellos y cuidado tal animal dañino destruye otro viene y transmite el polen y nos ayuda a fecundar a florecer y a reproducir que sea fruta, flores tantas cosas.
Hay tanto que decir, mis semillas que me pasaría el día hablando solo para deciros que ese valle tan hermoso, que he vivido, que he visto, lleno de hojas como monedas de oro es maravilloso y en todos los lugares lo tenéis y existe pero hay que saber observarlo. ¡Primavera verde! ¡Verano verdoso! Otoño ocre, amarillento, invierno limpio y lleno de nieve blanca.
Antes, dos niños David y Marc lloraban, porque no tenían abrigo los árboles. Decían, mamá, no tienen abrigo, damos el abrigo nuestro para que se cubran, no me comprendían cuando se los explicaban.
Y añado otra anécdota, me acordaré toda la vida.
David y Marc tenían cuatro años, tres años y medio, cuatro y para ir de pasear pasábamos siempre delante de la iglesia y había un Cristo en la cruz muy grande, nos parábamos, saludamos y continuábamos.
Y David, con la lengua de trapo, me dijo, se puso a llorar y dijo, “mamá, mamá, Jesús tiene los pies descalzos, quítame los zapatos y pónselos, que no tenga frío. Ponle los zapatos, no tiene zapatos, ponle mis zapatos.”
Se me cayeron también las lágrimas a mí, porque ese niño era inocente, pero con ese gesto quiso decir que diéramos a aquel que tenía falta de zapatos, que necesitaba zapatos. ¡Claro que Jesús no necesita zapatos, claro que Jesús no necesita nada!
Pero ese niño lo vio como es, era un hombre y le daba sus zapatos, me marcó toda la vida.
Su hermano era más pequeñito, pero también se los hubiera dado, con este bosque y esta historia quiero que recordéis que siempre encontraréis un amigo en cada árbol que estará lleno de oro que estará lleno de esas grandes raíces y acordaros si plantáis algo muy cerquita a sus raíces se llevará al agua tenerlo en cuenta yo he aprendido la lección de alguien que sabe más que yo y siempre encontraremos alguien que sabe más que nosotros porque así es la vida y tiene que ser todos aprendemos y tenemos que aprender hasta el final de nuestra vida, todos, todos el que se crea que lo sabe todo, mosca os dejo con el oro con la amistad sincera de los árboles,
vuestros amigos sinceros, grandes, leales, que os dan todo a cambio de nada, y sombra cuando lo necesitáis.
Vale más una sombra de un árbol que un buen amigo, porque él nunca os traicionará, nunca.
Y el amigo tarde o temprano…
Con todo mi amor,
La Jardinera.